jueves, 22 de enero de 2015

Bajo la cama





El joven Toby McAndrews era un niño terriblemente miedoso y asustadizo a sus nueve años.
A pesar de los incesantes esfuerzos de sus padres por convertirlo en un hombrecito valiente y seguro de sí mismo, les era imposible lograr que su querido hijo, su único hijo, fuese capaz de ir al baño sin encender todas las luces de la casa, o de quedarse dormido, sin que su padre tuviese que quedarse en la habitación esperando.

-¿Qué te asusta tanto, Toby? -Le preguntó su padre, como cada noche, mientras el niño se desvestía, y se ponía su pijama con dibujos de “Daffy Duck”.
Y, como siempre, obtuvo la misma respuesta de boca del pequeño.

-Bajo mi cama hay un monstruo, un monstruo horrible, con dientes enormes -acompañó sus palabras con gestos vehementes, que hicieron sonreír a su padre.

-Vamos, vamos -su padre, con gesto protector, lo sentó sobre sus rodillas-, ya hemos hablado de esto otras veces, bajo tu cama no hay ningún monstruo.

-Pero papi... -Toby lloriqueó apoyando su rubia cabeza en el hombro de su progenitor.

-¡Pero nada! -Llegados a este punto, Mr. McAndrews se vio incapaz de seguir soportando los gimoteos del niño-. Quiero que te metas en tu cama y te duermas, o te llevarás una buena azotaina.

-Si, papá -con lagrimas en los ojos, Toby se metió en su cálida cama, y cerró los párpados.
Su padre se inclinó, y le besó la frente con paternal ternura.
Después, salió del dormitorio, y se reunió con su mujer en la sala de estar.

-¿Ya se ha dormido?

-Sí -Jake tomó asiento en el sofá junto a su esposa, y comenzó a acariciarle el largo cabello negro.
Mientras sus padres jugueteaban en el sofá, Toby abrió los ojos, encendió la luz de su dormitorio y, tras saltar de su cama, se arrodilló en el frío suelo para mirar bajo su lecho.
Una vez comprobado que el monstruo no había entrado en la casa, el niño volvió a meterse en la cama, quedando profundamente dormido en poco tiempo.
-Me preocupa Toby -Jake, medio desnudo, se alzó del sofá y caminó hasta la ventana-. Me preocupa que sea tan miedoso.
-¿A quién habrá salido? -Nora, su esposa, también se acercó a la ventana, rodeando la cintura de su marido con sus brazos delgados y bronceados.
-Me gustaría saberlo -Jake giró sobre sus pies, quedando cara a cara con su mujer-. Pero seguro que a nadie de mi familia.
El Sol penetró por la ventana del dormitorio de Toby, despertando al niño con su calor.
-Buenos días, campeón -su madre entró en el cuarto, llevando una bandeja con un vaso de leche caliente y varias galletas.
El niño se incorporó lentamente, desperezándose, mientras su madre le preparaba la ropa.
-¿Y tus zapatillas? -Nora se arrodilló en el suelo, y metió una mano bajo la cama.
-No sé -Toby peleaba con las mangas de su camisa.
-¿Cómo qué no sabes? -La mujer se incorporó y dirigió al pequeño una mirada desconfiada-. Anoche las dejé bajo tu cama.
-¡Mira, mamá! -La cara de Toby se iluminó con una sonrisa, mientras alzaba las dos zapatillas de deporte.
Su madre, sin embargo, no lo pudo soportar, y lanzó un gemido de angustia al ver el destrozado calzado, que su hijo le mostraba orgulloso.
-¿Qué significa esto? -Bruscamente, su madre le quitó de las manos el calzado-. ¿Tú crees que papá y mamá pueden permitirse el lujo de gastarse setenta dólares en unas zapatillas cada vez que a ti te dé la gana? No somos ricos.
-Pero... -el niño terminó de ponerse el pantalón, y dejó que su madre le pusiera sus viejas zapatillas “Nike”-, yo no he sido.
-¿No? -Nora, con una irónica sonrisa en los labios, le ayudó a ponerse la chaqueta y la cartera del colegio a la espalda.
-Seguro que ha sido él.
-¿Él, quién?
-El monstruo que viene a mi cama por las noches.
-Bueno, jovencito, será mejor que corras, o perderás el bus del cole.
-Vale, mami -se besaron-, hasta la tarde.
-Hablaremos con tu padre, cuando vuelvas del colegio.
El día transcurrió sin demasiados sobresaltos en el hogar de la familia McAndrews.
Nora ocupó el día limpiando y aseando la casa.
Se encontraba en la cocina, preparando la comida, cuando una extraña idea cruzó su mente.
Tomó las destrozadas zapatillas, y se sentó a examinarlas.
A primera vista se apreciaban unos profundos cortes, que parecían producidos por algún objeto terriblemente cortante e irregular; además estaban extrañamente húmedas, como si Toby las hubiese mojado antes de cortarlas.
-¿Por qué habrá hecho algo así? -La mujer dejó caer las zapatillas en el cubo de la basura.
Aquella noche, Toby tuvo una buena reprimenda, y se fue a la cama mucho más temprano de lo habitual.
-Y ya sabes, jovencito -su padre, con el ceño fruncido, lo vigilaba atentamente mientras el niño se ponía su pijama-, castigado toda la semana a no salir con los amigos. En cuanto salgas de la escuela, derecho a casa.
-Pero el monstruo... -lloriqueaba Toby.
-¡No hay monstruos! -Harto de las protestas del pequeño, Jake McAndrews lo apartó de la cama-. ¡Mira, Toby! -Bruscamente, empujó el lecho hacia un lado y, tomando a su hijo por los hombros, le espetó señalando al suelo-. ¡Mira, no hay ningún monstruo! Así que, déjalo ya, ¿vale?
Salió de la habitación dando un portazo, quedando el niño hecho un mar de lágrimas.
Pero antes de dormirse, miró bajo la cama, y dejó un “presente” para su terrible visitante nocturno, pues creía que así lo dejaría en paz.
Pasó la semana del castigo.
Toby siguió mirando bajo la cama, y dejando cosas bajo la misma.
Y llegó el fin de semana.
Y la familia McAndrews decidió pasara el Domingo fuera de casa divirtiéndose.
Llegaron tarde, muertos de cansancio.
Se acostaron temprano.
Toby tenía tanto sueño que, cuando sus padres lo mandaron a la cama, se olvidó de su ritual...
01:30 de la madrugada. Jake y Nora jugaban a juegos de adultos.
-Eres un cochino -susurraba Nora, acariciando el velludo torso de su esposo-. ¡Y estás muy duro!
-¡Calla! -Le ordenó de repente Jake, incorporándose bruscamente.
-¿Qué pasa? -Nora se estiró desnuda sobre la cama-. ¿Me vas a dejar ahora?
-Toby está llorando.
-Tendrá una pesadilla.
-Será un momento -le mandó un beso desde la puerta del dormitorio.
Llegó a la habitación de su hijo.
-¿Toby, estás bien?
Silencio absoluto.
¿El niño dormía?
No se oía su respiración.
Sólo un ruido extraño.
El sonido inconfundible de la carne al ser desgarrada y cortada a dentelladas. De carne al ser masticada de forma salvaje...
-¿¡Toby!? -Jake abrió la puerta.
Pasó Jake el resto de su vida lamentándose de muchas cosas.
Tuvo tiempo de pensar en ellas durante su estancia en una de las celdas acolchadas del hospital psiquiátrico.
Su mente recordaba.
Aquella cosa sujetando el frágil cuerpo de su hijo.
Sus dientes y garras cortando la blanda carne, triturando los huesos...
Su esposa lo encontró acunando el cadáver masacrado.
Ella cayó en un profundo estado catatónico, del que no se recuperó jamás.
¿Quién vive ahora en la casa de los McAndrews?
No importa.
Seguro que bajo alguna de sus camas les espera una sorpresa.

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